Wednesday, September 16, 2009

¡Censurenmén! (sic)

Las cosas que se suceden en estos tiempos son como para llorar y morir, pero de risa (a lo Eduardo II).

Ahora la nueva modalidad en la isla del encanto, el tema noveau es la censura y la literatura.

Yo siempre he leído mucho, y siempre, pero que siempre, he leído específicamente lo que me da la pura y regaladísima gana. Eso me hace una especie de experto en ambos campos: el de discernir lo que se lee bajo la indulgencia de mis prejuicios y gustos personales (no me ofresco para hacer lo propio en centros de enseñaza, que conste) y el de leer mucho por gusto y con prejuicios personales.

Me encanta la poesía, flor de las letras, intrincada, colorida, dulce, en ocasiones breve, de la duración de una caricia de afecto y con idénticas consecuencias. Adoro las novelas, la ficción, ejercicio supremo de la imaginación y la libertad, la base para el ingenio y la raíz misma de la genialidad. Siento reverencia por el periodismo, la vieja escuela, un arte menor, según uno de mis más dilectos mentores (un periodista de la vieja escuela, nunca censurado), pero un arte al fin y al cabo, lo que demuestra disciplina y conocimiento. Me apasiona la literatura y punto.

Llegó la guagüíta de la censura y bendecidos aquellos que se montaron, yo incluido (insértese emoticón de carita con la lengua por fuera).

Ya hay muchos desempolvando sus olvidadas copias de los textos mencionados, sólo para deleitarse con los párrafos, fragmentos y adjetivos señalados. Los que no tienen su copia, y se mueven al son que les toquen, ya correrán con el resto de la manada a la librería más cercana para obtener su copia y así ponerse a la par con los eventos recientes. Un breve renacer del interés del público en la isla por el tema de nuestra literatura nacional. Woo, hoo.

Si me preguntan: no soy escritor. ¿Oficio? No tengo, soy independientemente pudiente (no necesito mucho, lo que hace que a veces me sobre lo poco que tengo).

Pero escribo, eso hago.

Estoy totalmente de acuerdo con Andy Rooney, el popular y respetado comentarista del programa de televisión “60 Minutes”. Dice el señor Rooney que escribrir es un ejercicio egoísta. Se tiene que ser bien egocéntrico, primero para pensar que se tiene algo importante que decir, segundo para estar convencido de que otros le dan a lo que pensamos esa misma importancia y tercero para creer que se hace con estilo, gusto y eficacia.

Yo soy definitivamente egoísta, un poco obsesivo y bastante misántropo. Escribo para mí, porque me da placer. Escribo para pasar el tiempo, para entretener a los que quiero, para compartir con los que admiro y me inspiran (tantos escritores, amigos del alma todos, muchos de ellos censurados).

Ya estoy bastante crecidito como para tener románticas nociones de fama y riqueza, la ilusión de extensa covertura mediática y aceptación crítica no me motivan, como tampoco me motiva el dinero (que definitivamente no necesito para estar pela’o). Es una locura mansa, la del verbo y sus dominios, es mi locura, y la de muchos que conozco, sólo eso: la locura egoísta de escribir.

También estoy bastante crecidito como para creer que con berrinches, manifestaciones masivas, cartas a editores y declaraciones apasionadas y elocuentes se puedan resolver todos nuestros problemas. Los problemas que nos agobian estan tan arraigados, emanan desde adentro y son tan nuestros que ya son como los vicios, y como dice el escritor y amigo Pepe Liboy Erba (no creo que esté censurado, pero leánlo de todos modos) los vicios no tienen cura sino substitutos.

Visto desde un punto lógico, práctico si se prefiere, la culpa de todo la tiene el coquí. Los males que nos agobian no nos vienen del cielo en un deus machina de penitencias sin final y de indulgencias postergables. La fiebre no está en la frisa. Nuestros males como pueblo nacen del espíritu, es una consecuencia real, palpable y viva de nuestra reacción individual al zeitgeist, llevada al colectivo y viceversa. La censura nos es un mal específico, es un síntoma mortal. Se adelanta mucho cuando se reconoce que el verdadero problema de Puerto Rico lo somos exclusivamente los puertorriqueños y nadie ni nada más. Somos nosotros los que tenemos que cambiar para que pueda cambiar nuestra situación actual.

Nuestra criminalidad rampante, violencia doméstica, economía precaria, y otros tantos males nos hacen un navío a la deriba, sin plan de viaje ni destino seguro. Y para colmo de males, nuestras instituciones son cosa de risa, ejemplos del mejor realismo mágico caribeño.

Tenemos un presidente del senado que hace lo que le da la real gana, lo que le sale del honorable forro y no le rinde cuentas a nadie, un gobernador pusilánime que nos mira desde las portadas de la prensa diaria con sus ojos grandotes de becerro suplicante o caricatura animada, esas miradas tan tiernas… y se encoje de hombros como quien dice: yo no fui.

Cunde la corrupción y el chantaje, la malversación y la apropiación ilegal, el invento y el ¡ay! bendito. Están los que proponen aventuras dieciochescas, dignas de Verne y H. G. Wells. Exploraciones marinas, batíscafos refulgentes, joyas del anacronismo. Los que prometen maravillosos tesoros olvidados en las profundidades, el oceáno y sus misterios, sus ricas sorpresas e incomparables delicias. ¡Yo quiero!

Y están los que se empeñan en retrazar las fronteras que dividen la iglesia del estado, los responsables de nuetro bienestar y porvenir, diseño inteligente, y los que ven ofensa en el verbo directo y sin depuración, en los adjetivos de peso y colorido, la riqueza y variedad del leguaje coloquial hecho carne y espíritu, la literatura en su más pura manifestación y más perfecta de sus expresiones. Protectores de nuestra pudencia y decoro. Y, peor aún, están los que no hacen nada, el cero a la izquierda, el que mira y calla, el que debe reacionar por obligación y no quiere hacerlo por conveniencia.

Todos elegidos bajo los rigores de una de las más perfectas democracias del hemisferio, el modelo americano y con su sello de calidad (blesseth be the U. S. of A.). Puerto Rico tiene el gobierno que se merece por que este es el gobierno que quiso, no hay más que buscar.

Son situaciones que nos dejan tan anodadados, perplejos, estupefactos (palabra de domingo) ante la capacidad impresionante de nuestra realidad para la hipérbole y el absurdo, la única reacción posible es la risa.

La política en Puerto Rico, es de todos sabido, es un fogón donde siempre hay algo cocinándose. El guiso de la semana se llama controversia en educación. Ya lo veo, como una película vieja que nos sabemos de memoria: programas especiales de tv, entrevistas exclusivas, manifestaciones multitudinarias, ánimos enardecidos, una plena compuesta para la ocasión (Calle 13 interpreta, no le hace caso a la censura), un libro de poemas y otro de ensayos, par de videos en youtube, tal vez una camiseta alusiva y hasta una gorrita.

Listos para la próxima controversia en agenda. ¿Y las cosas? Ay, bendito, gracias por preguntar.

A mis amigos de las letras les digo, lo mejor que se puede hacer es hacer lo que sabemos hacer mejor. Recuerdo por casualidad una anécdota: Mi amigo y mentor, Edgardo Nieves-Mieles (laureado poeta y narrador, no censurado, pero usa vocablos altisonantes), una vez increpó a un joven (poeta en ciernes) quien sudaba la gota gorda tratando de recitar de memoria unos versos dolorosamente horribles que había recién compuesto para la ocasión. Su consejo, honesto y brutal, fue que el tiempo que perdía memorizando poemas tan malos lo debería aprovechar leyendo. Tal vez así mejoraría en algo como poeta.

Recuerden la película “Throw Momma from the Train”: el escritor escribe.

Se que muchos no estarán de acuerdo conmigo, y que voy a pagar las consecuencias de esta intromisión en el tema.

Venga, pues. No es como en mis tiempos en la marina donde te amenazaban con literalmente despojarte de tu onomástico.

¿Qué es lo peor que me pueden hacer? Hey, ¡censurenmén(sic)!



por Max Resto©2009

September, 2009, NYC