Tuesday, October 20, 2009

Las virtudes de la ley dorada






Yo no creo en berrinches, protestas masivas, desobediencia civil u otras manifestaciones populares de repudio, en especial en Puerto Rico. Ya lo había escrito antes [refiérase al artículo anterior, “Censurénmen (sic)”] y sin ser Walter Mercado o Miguel de Nostradamus, y sin el auxilio de las estrellas o el ejercicio de la necromancia, predije lo que se daría luego de las decisiones tomadas por el gobierno de Puerto Rico en días recientes. La protesta, los estribillos, la camiseta alusiva (el maestro Antonio Martorell contribuyó con eso, aunque el artista Calle 13 se coronó como el rey de la camiseta) y todas las demás cosas que mencioné a vuelo de paloma, se dieron al dedillo.

Yo me considero un anarquista primitivo (lo que defino con el motto de: el que no me jodas la existencia ya es suficiente ayuda). Trato de vivir lo más al margen posible (síntomas de una misantropía en ciernes, aunque aguda), no participo, no soy complice de la democracia de masas y no me molesta en lo más mínimo la conciencia. Todo el que piense diferente está en su entero derecho.

No apoyo este tipo de cosas, por considerarlas inconsecuentes, ruido y furia y nada más. Pero no me molestan, cada cual con lo suyo. Yo mismo he estado en muchas manifestaciones masivas, también he gritado a todo pulmón, he cantado estribillos y he marchado bajo soles candentes, tirando huevos a diestro y siniestro, y con mi camiseta alusiva, pero lo he hecho más por novelería que por convicción, motivado más por una extraña curiosidad antropológica que por la responsabilidad de apoyar a mis semejantes en una causa común. Y, seriamente, todo el asunto siempre me da risa.

Esas ocasiones dan la oportunidad para que ambiciosos líderes sindicales, religiosos oportunistas, políticos de tercera y otros elementos de igual ralea velen la güira, monten su truco y canten sus loas, cada cual “halando la brasa más cerca de su batata”. También les da cuerda a los universitarios para que formen un party, beban como dementes y cometan actos estúpidos (característicos de esa edad, been there, done that) y para que Tito Kayak se trepe a un poste con la monoestrellada en los dientes o se amarre de las vías del tren urbano. That’s entertainment!

Pero, en medio de todo el tira pa’ ca, tira pa’lla, se me clavó una espinita, molesta y punzante, que tengo que tomarme el tiempo para sacarla de mi espíritu con el cuidado y esmero que merece. Empiezo por confesar, sin que me cause pena, que soy un “mama’s boy”. Con eso lo digo todo y ya saben por dónde voy.

¡Hijo de la Gran Puta!



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Aquí está mi axioma al respecto: Solamente alguien, cuya madre se dedique al oficio de la prostitución con profesionalismo y talento, merece cargar ese mote. Y a mucho orgullo.

Todo lo demás es un golpe bajo, su uso, análogo a faltar al mandamiento irrevocable, escrito en piedra por Dios mismo, de no usar Su Nombre en vano. La peor ofensa que se puede concebir, que es atacar al ser que más se ama.

Es el último recurso, cobarde y anticlimático. Cuando ya no se sabe qué más decir, cuando queremos herir, de verdad, pero no nos atrevemos o no podemos tocar al adversario y escupimos el odio hecho palabras.

Residente Calle 13, pudiendo hacer tanto desde ese foro de poder que le cayó en la falda, optó por el rumbo tragicómico, digno de una oda a la antigua al héroe que comete la peor indiscreción, como el Prometeo que prostituye el poder divino del fuego y sus posibilidades.

Educado con esmero y mucho esfuerzo, e incluso en el extranjero, según tengo entendido, y creado a fuerza de crear, su talento lo demuestra con creces, la evidencia se sobra. Yo me gufeo las líricas del dúo, su música pegajosa y dulce, me tripeo los videos, que ha hecho en colaboración con artistas que también admiro. Como tal, espero un hombre más articulado.

Lo soez es tan fácil, tan llano, pedestre y desabrido, aunque tiene su belleza cuando enmarcado con estilo y en acertado contexto (fuck!, pregúntele a Eddie Murphy), y no carece de efectividad cuando, de nuevo en su contexto, acompaña una acción contundente, sin juzgar la calidad moral de las situaciones.

Como un humilde artesano del verbo, le reconozco esa virtud inegable. La oratoria, el discurso florido, tan vacuo como hermoso, la calidad placentera de la retórica dulce y vacía, eran actividades que los antiguos practicaban, adulaban y promovían.

La faceta subversiva, antagónica, hiriente se la da quien de ella dispone. También en sus manos, y apoyado por su talento y disciplina, es donde reside el hacerla un arte efectivo, ayudar en su trascendencia, destacar su importancia. Pero la asume a su capricho quien la recibe y entre lo que un lado intenta y el otro entiende, la función, eficiencia y propósito se diluyen, tergiversan y trastocan, pero queda la palabra como un hecho concreto.

Tanto Residente Calle 13, como yo, Max Resto (conveniente nome de plume), somos, en cierta medida, aunque a niveles evidentemente opuestos y extremos, hijos de la fama y la fortuna. Con libertad, recursos y foros para decir lo que nos dé la gana. Y es que la fama y la fortuna son las dos más grandes rameras del universo por definición y clase: siempre en venta y no se casan con nadie, ni siquiera la limosna de un beso, es todo o nada. Las dos tienen un gran precio, pero muy poco valor y ninguna de las dos concede fidelidad, jura lealtad o mantiene compromiso. Con nadie ni por nada. Así que, también por definición, nosotros somos por decisión dos hijos de la Gran Puta, las dos más grandes y maravillosas putas imaginables.

Pero René Pérez Joglar y Marcelino Resto León tenemos unas mamitas santas, que nos defienden hasta cuando saben que estamos mal, porque nos aman, nos parieron con dolor y sangre y nos criaron con los sacrificios que eso exije, idénticos en su calidad de dolor y sangre.

Aspiramos a ser nación, a ser soberanos, libres, respetados. Pues, empecemos por respetarnos nosostros mismos. Si nosotros mismos le tiramos con huevos al gobernador de nuestro país para que el mundo entero lo vea, el universo de la web y la comunidad global youtubeana, "hey, God bless the man", cinco minutos de fama, woo hoo, “good for you, tipo común!”, pero: ¿Cuál es el meollo del asunto? ¿Qué tipo de respeto podemos esperar que se le dé cuando nos represente ante el mundo?

A George W. Bush le tiraron con un zapato, pero fue en las ventas del carajo. En el U. S. Of A., donde casi el 80% de la población piensa (sabe) que el hombre es un soberano burro, todavía nadie osa un acto de ese calibre para mostrar su indignación (aunque todos sueñen con hacerlo), porque, como nación orgullosa que son, ellos se respetan un poco más.

Fortuño, para mal o para peor, es el gobernador que los puertorriqueños eligieron. Idependientemente de que sea mentiroso, inepto, pusilánime, escurridizo, diestro en el campo de la oportunidad estratégica y la conveniencia política (por todos los demonios, es un político, ¿qué más se puede esperar?) se lo van a tener que chupar por los próximos tres años, democráticamente.

Insisto en que el cambio debe darse desde adentro.

Llegó el momento de aprender, de cambiar, de crecer. ¿Cómo podemos exijir cambio sin hacer el menor esfuerzo por cambiar nosotros? Gritar consignas es fácil, tocar panderos, formar comparsas, cantar coritos y agitar banderitas es entretenido. Escupir improperios, denigrar a la mujer, la posición de madre, al género entero y al pueblo que se representa escudado en la libertad de expresión y gracias al poder que nos da nuestro talento y un foro internacional, está de más. No es lo mismo insultar mi inteligencia, que insultarme con inteligencia.

Debemos ir por encima de la ofensa fácil, que es discurso vacío, pero de nefastas consecuencias. El mejor discurso de protesta es un diálogo que contenga las inquietudes en detalle y sin tapujos, acompañadas de posibilidades de solución y consenso y llevado a los foros que en colectivo se decidió instituir para ello. Yo no creo en cambio radical, tengo más confianza en los procesos paulatinos, pero los procesos no se pueden estropear. No se puede salir del laberinto caminando en círculos. La reiteración rabiosa y seca de los problemas y el volumen innecesariamente subido de la queja individual, el lloraíto personal, tierno e íntimo, para que el colectivo se enardezca ya se sobran.

No me grites mil veces el problema, hablemos de soluciones. Si ese no es el caso, hagámosle honor a la regla dorada: el silencio es oro.